martes, 10 de junio de 2008

Realidades basadas en cuentos

Tomado de http://blogs.publico.es/ciencias/260/wallace-en-la-cumbre-de-la-fao/

Wallace en la cumbre de la FAO

09 Jun 2008

09:00

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

*Profesor de Investigación del CSIC

Alfred R. Wallace, del que habrá ocasiones para hablar con más detalle, es conocido por haber propuesto al tiempo que
Darwin el mecanismo de la selección natural como motor de la evolución. Pero fue mucho más que eso. Se le considera padre de la biogeografía, fue uno de los mayores naturalistas y viajeros del siglo XIX, ejerció de reformador y socialista utópico y, para horror de mi compañero de sección Miguel Ángel Sabadell, escribió numerosos artículos sobre espiritismo (justificándolo, además, por la necesidad de utilizar el método científico para explorar “lo inexplicable”).

Hoy he recordado a Wallace tras leer un precioso cuento escrito y dibujado por Oren Ginzburg, titulado Allá vamos, otra vez, y distribuido por Survival Internacional, una ONG que ayuda a los pueblos indígenas. En el cómic, dos funcionarios con corbata y mochila se aprestan a llevar a los habitantes de un lugar remoto la mercancía “de costumbre: desarrollo sostenible”. Pero topan con problemas importantes: por un lado, la vida de aquellas gentes ya era sostenible, y por otro, parecían tener cuanto necesitaban, no echaban de menos desarrollarse. No contaré más, salvo que los cooperantes se las ven y se las desean para convencer a aquellos paisanos de que, como todo el mundo, ellos también deben integrarse en la aldea global.

¿Qué pinta Wallace en esto? Pues verán, hace nada menos que 129 años, en un artículo crítico acerca del “auténtico libre comercio”, nuestro evolucionista escribió (aquí simplificado): “Imaginemos un pequeño país razonablemente fértil y muy hermoso (…), cuyos habitantes viven de la agricultura y obtienen algunos bienes foráneos a cambio de sus excedentes. Poseen grandes yacimientos mineros, pero sólo explotan lo que precisan. Un día, alguien les explica que están desperdiciando oportunidades, ya que otros países pueden proporcionarles alimentos y ropa a menor precio de lo que les cuesta fabricarlos, en tanto que se harían muy ricos vendiendo sus metales al resto del mundo. Ceden a la tentación, abren muchas minas y en poco tiempo sus ríos están contaminados, los bosques desaparecen pues necesitan leña para alimentar las máquinas, la gente deja el campo y se amontona en ciudades llenas de humo (…). Aunque la riqueza del país parece haber aumentado, la mayor parte de la población es rehén de la fluctuante demanda del mercado internacional, así que padecen recurrentes épocas de escasez que antes desconocían…”.

Con siglo y pico a cuestas, el argumento de Wallace, como el cuento de Ginzburg, podría haberse invocado en la fracasada Cumbre de la Alimentación de la FAO. Los países ricos defendemos el libre comercio, pero evitamos condenar los subsidios, monopolios, barreras aduaneras, etc, en tanto que los países pobres, hoy dependientes de lo que queramos comprarles, no logran darse de comer a sí mismos.

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