jueves, 8 de mayo de 2008

Medir el tiempo

Leyendo el artículo de Paco Bellido "El cañón de mediodía" , la verdad, es que me he puesto a pensar como serían esos días inciertos por la hora en la ciudad imperial de Toledo. Aunque aquí había cañones, por el tema de la Fábrica de Armas, supongo que todo se regiría por los toques de campanas (que por cierto, este año vuelve a haber concierto de campanas de las distintas iglesias toledanas, en las fiestas del Corpus, 19 de mayo a las 22,30 horas).
Como afortunadamente hay muchos establecimientos religiosos para estos menesteres, y parecen todos más o menos sincronizados, con el reloj central de la catedral, pues la vida sería más "puntual" que ahora, supongo yo, porque ahora, por mucho que la gente lleve relojes y demás, llega, cuando llega, y como encima están los móviles, te dan "un toque", y eso significa que va a llegar tarde.
Antes, como la única referencia era el sonido de la campana, en los cuartos, medias y en punto; pues el margen de puntualidad se restringía.
No quiero ni pensar a esos aguadores que acercaban el agua desde el río hasta las panaderías, de madrugada, en los hornos centrales, subiendo por la Bajada del Pozo Amargo a toda pastilla, para que el pan estuviese cuando tenía que estar; porque claro, antes es que no se abría el grifo y venga, a salir el aguita fresca. Bueno, he de reconocer que Toledo ahí tenía sus ventajas con eso que dejaron los romanos y Juanelo.
Pero, insisto, no dejo de pensar en aquéllos tiempos, donde desde la primavera tenemos a los vencejos a eso de las 6 de la mañana, con los primeros albores matutinos, dando la "diana". Si a eso le añadimos la puntualidad de la campana de la catedral, los maitines de los distintos conventos, y las llamadas a misa del resto de iglesias (que eran unas cuantas), pues yo creo que la gente se haría también un poco de lío.
En fin, menos mal que ahora con los aislamientos en los hogares, la cosa se sobrelleva un poco mejor, pero en los veranos, la cosa se hace un poco tortuosa, con las ventanas abiertas de par en par.
Y lo peor es por la tarde, cuando llegas a casa, para echarte la siestecilla previa a la cena veraniega, nuevamente con los vencejos a todo trapo.
Y pensar que algunos ecologistas de esos están tan preocupados por saber cuándo llegan los dichosos pajaritos.
Pues nada, que después de desvariar un ratillo, os dejo, hasta la próxima, que son las 19 horas, y la ermita del otro lado del río está tocando puntual, y me tengo que ir a casa.

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